Incluso antes de convertirse en se convirtió en la política más querida de la nación: la esposa y ciudadana ideal, la guardiana del espíritu nacional y los valores familiares. Nunca antes una latina había tenido un papel tan destacado en la sociedad, nunca antes se había atrevido a salir de la sombra de su marido, pero Evita convirtió esa sombra en un halo brillante. Ella y Perón eran la personificación de la pareja perfecta, unidos por el amor a su país y al otro. Los argentinos dijeron con admiración que el coronel siempre se levanta cuando su esposa entra o sale, le besa la mano cuando se encuentran y siempre escucha lo que tiene que decir. En febrero de 1946 Perón ganó las elecciones presidenciales.
Para poder ayudar al mayor número posible de personas, Evita creó una organización benéfica en su nombre en 1946: las deducciones de los salarios, los intereses de los beneficios, las donaciones voluntarias y los ingresos comerciales fluyeron, y Evita distribuyó personalmente el dinero como consideró oportuno. Cientos de miles de peticiones de todo el país llegaron a su despacho de la Confederación General del Trabajo: a Evita le pidieron juguetes, prestaciones sociales, máquinas de coser, vestidos de novia, dientes postizos, muebles, pisos, viajes y pretendientes. Y Evita lo dio todo: según las estadísticas, regaló dos mil quinientas casas y pisos, tres mil quinientas becas, se convirtió en madrina siete mil ochocientas veces y fue madre sentada en unas seis mil bodas. Utilizó los fondos de la fundación para abrir hospitales, guarderías, orfanatos y bibliotecas. Enviaba más de un millón de paquetes de regalos cada año; no es de extrañar que el pueblo llano rezara literalmente por ella: en casi todas las casas pobres de Argentina había altares con el retrato de Evita. El pueblo le dio los títulos de «Líder de los humildes», «Portadora de esperanza», «Líder espiritual de la nación» y «Mártir del trabajo».
En 1947 Evita Perón viajó por Europa: en dos meses visitó España, Francia, Italia, Suiza y el Vaticano. Eva representaba la nueva Argentina: hermosa, joven y dispuesta a cooperar. La revista Time la calificó de «inescrutable», el general Franco le concedió una medalla y el Papa la honró con una larga charla. Regresó triunfante a su patria, aportando al país miles de millones en contratos para suministrar carne y grano a la Europa devastada por la guerra. Pero Evita trajo consigo algo más: una idea de cómo debe ser la Primera Dama. A partir de ahora sólo viste a los mejores sastres de Europa: Chanel (la propia Grande Mademoiselle decía que Evita tenía un sentido innato del estilo), Christian Dior, Balenciaga, trajes ingleses a medida y zapatos de Salvatore Ferragamo. Su estilo -lujo discreto, elegancia cara, trajes clásicos de día y lujosos vestidos de noche para ocasiones especiales- se convirtió en un modelo para todas las mujeres de clase alta no sólo en Argentina, sino en toda América Latina.
Eva Perón tuvo una enorme influencia sin ocupar cargos oficiales
Ejercía una increíble influencia sin tener ningún cargo oficial. Antes de las elecciones presidenciales de 1951, se le ocurrió presentarse como candidata a Primera Ministra. La multitud de miles de personas en la plaza frente al Palacio Presidencial le mostró su apoyo. En una muestra de aprobación, los récords rodaron por todo el país: en honor a Evita, los artesanos trabajaron las veinticuatro horas del día, un jugador de billar rodó mil y pico de bolas sin romperse, y un bailarín de tango bailó durante ciento veintisiete horas.
Pero los militares, en los que Perón se apoyaba para obtener el poder, le insinuaron que su esposa no era adecuada como Primera Ministra: le eclipsaría, daría todo el dinero a los pobres, ¡era una mujer! Y Evita declinó la candidatura: sollozando, se plantó en el balcón del Palacio Presidencial ante un micrófono, diciendo a la nación que su modestia y su infinito amor por su marido le impedían presentarse a la presidencia. La nación lloró con ella. Había otra razón para esta renuncia: Evita se había cansado. Cada día estaba más delgada y débil, y ya no podía, como antes, pasar veinte horas al día de pie. Al cabo de un mes, fue ingresada en el hospital con una grave anemia: resultó que tenía cáncer de útero, consecuencia de aquel aborto chapucero. Las operaciones sólo aumentaron el sufrimiento, pero no lo curaron.
Eva Perón hizo su última aparición pública el 4 de junio de 1952
Hizo su última aparición pública el 4 de junio de 1952, el día de la segunda toma de posesión de Perón. Tenía treinta y tres años y pesaba treinta y dos kilos. Estaba tan débil que la sostenían con un corsé de alambre y cojines cuando se sentaba y la sacaban del palacio en brazos. Su último discurso fue sobre su marido: «Nunca dejaré de agradecer a Perón lo que soy y lo que tengo. Mi vida no me pertenece a mí sino a Perón y a mi pueblo, ellos son mis ideales constantes. No llores por mí, Argentina, me voy, pero te dejo lo más querido que tengo: Perón.
Desde que se anunció al país la enfermedad de Evita, toda Argentina ha rezado por su salud: miles de misas, cientos de procesiones, decenas de actos increíbles en nombre de la recuperación de Evita. Cuando murió Evita, todo el país se sumió en el más profundo luto.
El 26 de julio de 1952 Evita Perón murió de cáncer de útero
Juan Perón se dio cuenta de que sin Evita su poder llegaría rápidamente a su fin. Pero si no puede conservar su alma, al menos debe crear una imagen de ella. El patólogo Pedro Ara embalsamó el cuerpo de Evita y fue una obra maestra: parecía respirar y sonreír.
La vida después de la muerte
Durante trece días, el cuerpo estuvo tendido para despedirse, y no hubo un día en que alguien no intentara suicidarse junto a su ataúd. Durante tres años, el cuerpo de Evita permaneció enterrado en la capilla de la Confederación General del Trabajo hasta el derrocamiento del régimen de Perón en 1955.
Al nuevo régimen no le servía de nada la memoria de Perón y menos aún el culto a Evita. Se decidió enterrar su cuerpo y su destino se asemejó a un detective de espías y a una novela de terror a la vez: el cuerpo fue trasladado de un lugar a otro durante cinco años y en todas partes sembró la desgracia. Se dice que el Dr. Ara se volvió loco de amor por Evita. Dos copias de la momia de Evita fueron enterradas en secreto en diferentes cementerios de Buenos Aires, y uno de los enterradores tuvo un accidente que lo dejó discapacitado, mientras que el otro se suicidó. El cuerpo real fue transportado por todo el país, y allí donde aparecía había inmediatamente velas y flores frescas. Estaba escondido en una base militar y detrás de una pantalla de cine, en el despacho de un oficial y en la casa de otro. Este último caso terminó en tragedia: el oficial primero enloqueció de amor por la fallecida y luego disparó accidentalmente a su esposa embarazada, confundiéndola con el secuestrador del cuerpo de Evita. Finalmente, Eva Perón, con el nombre de Maria Maggi Magistris, fue enterrada en un cementerio de Milán.
El 1 de junio de 1974 Perón murió de un ataque al corazón
El exiliado Perón se instaló en España. Se casó con la bailarina Isabel Martínez, que hizo todo lo posible por parecerse a su gran predecesora: cambió su peinado, su forma de vestir, incluso se hizo llamar Isabelita. Se dice que su secretario, José López Rega, realizó un ritual por el que el alma de Evita se trasladaba a Isabel. A principios de la década de 1970, el régimen de Argentina volvió a cambiar y el general Perón fue indultado: recuperó sus propiedades, se le pagó el sueldo presidencial por todos los años transcurridos y se le devolvió el cuerpo de Evita. En 1973 Perón regresó a Argentina y ganó las elecciones presidenciales -Isabelita Perón fue vicepresidenta-. El 1 de julio de 1974 Perón murió de un ataque al corazón y su esposa asumió la presidencia.
Lo primero que hizo fue traer los restos de Evita de Madrid a Argentina para que fueran enterrados junto a Perón.
De camino al aeropuerto, los guardias, tras discutir, se dispararon mutuamente y el coche se estrelló contra un muro. El ataúd estaba milagrosamente ileso.
Busto de Eva Perón en La Plata
Pero Evita no ayudó a su sucesora: en 1976 Isabelita fue depuesta y encarcelada por malversación y corrupción. El nuevo gobierno volvió a enterrar a Evita en la cripta de la familia Duarte. De camino al cementerio de la Recoleta, el camión que transportaba el cadáver tuvo otro accidente: el conductor sufrió un infarto, el coche frenó bruscamente y dos guardias se clavaron las bayonetas en el cuello con sus rifles. Todo podría considerarse una coincidencia; los supersticiosos argentinos lo consideran una expresión de la voluntad de Evita, a quien no le gusta que la molesten. Ahora yace enterrada bajo dos losas de plomo, tras los barrotes de una cripta en la que se lee: «Volveré y me convertiré en un millón».
Hasta hoy, los historiadores argentinos debaten si Evita era una santa o un demonio. Algunos escriben sobre ella como una «sirvienta vengativa con la vanidad de una reina», un «cáncer en el cuerpo de Argentina», otros la llaman «Robin Hood de los cuarenta», una «santa de los pobres». Pero a la gente no le importan los historiadores: hasta ahora, en casi todos los hogares hay un altar con un retrato de la joven de cabellos dorados, y frente al mausoleo de Evita siempre hay velas encendidas y montones de flores frescas.
La temprana muerte de Evita en el cenit de la fama la ha mantenido en la memoria de los argentinos para siempre, como un símbolo de fuerza espiritual, lealtad, amor y sacrificio por los que se quiere, y como un ejemplo irrepetible. El propio nombre de Evita está tan arraigado en la memoria de los argentinos que después de tantos años su imagen para mucha gente, y no sólo en Argentina, conserva un halo de santidad y es un símbolo de ascetismo y servicio al pueblo.